El leprosario

SI LUCHAS PUEDES PERDER.... PERO SI NO LUCHAS YA PERDISTE !!!!

julio 21, 2005

La madre de todas las batallas

A fines del siglo IV, el Imperio Romano comenzaba a mostrar síntomas de su futura desintegración. Dividido en dos grandes bloques, el de Oriente con capital en Constantinopla y el de Occidente, con capital en la antigua Roma, las conspiraciones palaciegas amenazaban con disolverlo completamente. El cristianismo en sus diversas formas, también se había convertido en la religión predominante. Al norte de los ríos Rin y Danubio, acechando desde sus bosques, diversos pueblos guerreros de origen germano esperaban la oportunidad de lanzarse sobre los restos del aun poderoso Imperio. Un nuevo evento vino a descomponer la ya de por si delicada situación: en el 365 aproximadamente, los hunos, un grupo de pueblos de origen mongol procedente de las estepas asiáticas comenzó a desplazarse rumbo a occidente. Eran pueblos nómadas mucho más feroces que los germanos y según los historiadores romanos, cuando querían recorrer grandes distancias, comían y dormían sobre sus cabalgaduras además de ser excelentes arqueros. Tal vez por eso, en pocos años se desplazaron desde los límites del imperio Chino, hasta las llanuras húngaras y el norte del Mar Negro e irrumpieron violentamente arrasando lo que encontraron a su paso. Su llegada al sur de Rusia, provocó que diversos pueblos germanos (visigodos, francos y burgundios) se adentraran hacia el Imperio Romano, huyendo de la nueva amenaza asiática. Otros pueblos con menos suerte (alanos, ostrogodos, longobardos y gépidos) sucumbieron y fueron enrolados en los ejércitos hunos. Por su poderío militar, pronto amenazaron con destruir tanto a la ciudad de Constantinopla como al Imperio Romano de Occidente quienes decidieron pagar enormes cantidades de tributo para evitar el desastre. En el año 445, Atila, El azote de Dios, se convirtió en rey de los hunos y en el afán de someter definitivamente a Europa, preparó sus hordas para librar la más grande batalla de la antigüedad. Con un ejército, en que se contaban además de hunos, ostrogodos, vándalos y otros grupos de origen germánico y que según algunos cronistas se compuso de alrededor de medio millón de hombres, en el 451 penetró por la Galia y se enfrentó en los Campos Cataláunicos, cerca de la actual ciudad de Troyes, contra un enorme ejército romano dirigido por el general Flavio Aecio, y donde también participaron visigodos, francos, alanos, sajones, burgundios y otras naciones germanas. Después de tres días de feroz batalla, se dice que los hunos y sus aliados, sufrieron en bajas entre 200 y 300 mil hombres de su poderoso ejército, por lo que tuvieron que retirarse. Esta gigantesca batalla, compuesta por casi todas las razas humanas conocidas en la época, significó a fin de cuentas, la salvación de Roma y el fracaso de los jinetes de las estepas de someter a la civilización occidental. La memoria de muchos pueblos conservaron el recuerdo del formidable evento, algunos mitos medievales mencionaban que los guerreros caídos en esta batalla, seguían combatiendo en las nubes. Y en la tradición germánica la llegada de Atila a Europa, se inmortalizó con El Cantar de los Nibelungos. Muchos otros pueblos no olvidaron que Atila o caudillos como él, podían volver a aparecer en cualquier momento desde el Oriente. Casi mil quinientos años después, el 21 de junio de 1941, tres grupos de ejércitos compuestos por más de tres millones de soldados alemanes y divisiones aliadas, fineses, rumanos, españoles, húngaros e italianos, 19,000 trenes, 600,000 vehículos automotores, 600,000 caballos, –en la operación de guerra más formidable de la historia–, se dirigieron de Occidente a Oriente, e irrumpieron intempestivamente en territorio soviético, en aras de establecer el dominio alemán sobre ese país-continente que desde Europa se extiende hasta el Océano Pacífico. El carácter de esa guerra provocó una querella entre Hitler y sus generales. «Existía entre él y ellos –dirá el general Jodl- una oposición de principios sobre la naturaleza de la guerra con Rusia. Los generales la veían como el choque de dos ejércitos, mientras que el Führer la veía como una lucha de exterminación entre dos formas incompatibles de la civilización.» «La guerra contra Rusia –decía– no se puede llevar según las leyes del honor. Es una lucha de ideología y una lucha de razas que requiere un grado de dureza sin precedentes... » Hitler creyó que –al igual que en el resto de países de Europa ya invadidos–, sería cuestión de meses para que los soviéticos capitularan y quedaran sometidos. Hasta entonces, por su disciplina, técnica y armamento, el ejército alemán era prácticamente invencible, por lo que entró en territorio ruso como cuchillo en mantequilla, sin oposición que lo detuviera seriamente. Las bajas rusas en esa fase temprana de la campaña fueron tan grandes que parecen increíbles: en Minsk, por ejemplo, los rusos perdieron 330.000 hombres, 2.500 tanques y 1.500 piezas de artillería. Pese a ciertos datos contradictorios, no cabe duda de la vastedad de las pérdidas soviéticas. El 5 de agosto de ese año, los alemanes habían cerrado otra gran bolsa de ejércitos soviéticos en Smolensko: 310.000 hombres, 3.200 tanques y 3.000 piezas de artillería. En el afán de que no cayeran las instalaciones industriales soviéticas en manos enemigas, José Stalin ordenó desmontarlas y trasladarlas en ferrocarril miles de kilómetros más allá de los Urales. Es casi imposible tener una idea del esfuerzo realizado por el pueblo ruso, hombres, mujeres y niños, para salvar el equipo industrial del que dependía en último término la supervivencia de la nación. La industria que no se pudo desmontar fue destruida para evitar que cayese en manos del enemigo. Aquel esfuerzo nacional fue, en último término, lo que salvó a la URSS. En 1942, los alemanes se encontraban ya en las orillas del Volga, asediando la ciudad de Stalingrado, sin embargo, se avizoraban eventos que cambiarían el curso de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Por el alto costo en vidas humanas que había implicado el avance alemán, tanto los dirigentes soviéticos, como el pueblo ruso, no estaban dispuestos en seguir retrocediendo, sabían que de ceder más espacio, perderían definitivamente, por lo que en esta ciudad se decidió la suerte del frente oriental y del ejército nazi. La batalla de Stalingrado, la más grande batalla de la humanidad, marco un antes y un después. Miles de jóvenes soviéticos entregaron sus vidas en las encarnizadas luchas que se vivieron edificio a edificio, piso a piso, cuarto a cuarto. Cerca de 500.000 soviéticos reposan desde entonces en Stalingrado, pero gracias a su sacrificio, Hitler y sus aliados perdieron cerca de un millón de hombres, lo mejor del ejército alemán, desastre del que ya no se recuperarían. Aunque no se puede negar el control de Stalin y el Partido Comunista sobre los combatientes soviéticos, en realidad se trató de la defensa del pueblo ruso en una lucha desigual contra los invasores nazis. Actualmente, en la colina del Mamayev, a orillas de la ciudad que ha sido renombrada y se le conoce como Volvogrado, se levanta airoso un gigantesco monumento de más de cien metros que representa a la Madre Patria en memoria de los caídos. Es de señalar también que en la versión oficial de los países occidentales sobre la Segunda Guerra Mundial, se ha tratado de ocultar la importancia de la batalla de Stalingrado, y se ha manejado como si fuese una escaramuza mas de los ejércitos que lucharon contra las potencias del Eje. Hoy como ayer también, a cinco años de haber entrado un nuevo milenio, vemos como la actitud de los nuevos agresores busca ser justificada. Así, en un intento por “luchar contra el terrorismo” e “instaurar la democracia”, Estados Unidos y algunos otros países aliados han llevado la guerra al Medio Oriente y en el afán de imponer una idea o un estado de cosas, se siguen matando miles de seres humanos. Lo anterior, obliga a pensar que igual y la mayor batalla de la humanidad aun no se ha dado, y esta consistiría tal vez, en que cada habitante del planeta nos volviésemos partisanos para ganar la madre de todas las batallas, es decir, la batalla por la paz.

3 Comments:

Blogger ®©SiReNa/AnGeLiTa©® said...

Este es uno de los ensayos que más me han gustado hermanito!!!!

Saludos!!!

6:47 p.m., junio 15, 2006  
Blogger El leprosario said...

Jajaja, no lo puedo creer, por eso se que estás loka como yo!!

4:42 p.m., septiembre 10, 2006  
Anonymous Anónimo said...

Jajajaja, lo que es no tener nada que hacer, verdad???? Y bueno pues, la locura se pegaaaaaa!!!!!!

T.A.M.

10:52 a.m., enero 20, 2007  

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