El vuelo

La arena era gris, recordé por un momento un ascenso al Popocatepetl con mis pies enterrados entre la arena del viejo coloso. Pero aquí no hacía frío, ni el viento helaba la cara, por el contrario, el calor era húmedo y la piel se pegaba a la ropa sin ser desagradable. Las olas con sus blancas nubes de espuma y el sol del atardecer se coronaban con tu sonrisa casi infantil. A lo lejos, las gaviotas con su suave vuelo, hacían contraste con las olas estrellándose una y otra vez en el puerto. Tuve la sensación de que sabía porque amaba ese lugar: era la síntesis de todo lo que soy y he sido. No lo se explicar, solo se que pasaron por mi mente personas, lugares, momentos, deseos, tristezas, como apretándose contra mi y negándose a morir y quedar atrás. Este soy, en este atardecer pensé. Estás tú y aunque no fuese así me sentiría acompañado por ti. Esa noche, ebrio de alegría al son de los huapangos quise bailar por las calles de ese viejo pueblo y quedarme tendido en la arena. En lugar de ello, no quedó mas que reírnos de lo pobre que éramos, lo lejos que estábamos y lo afortunados que nos sentíamos por haber compartido tantas cosas.