El leprosario

SI LUCHAS PUEDES PERDER.... PERO SI NO LUCHAS YA PERDISTE !!!!

agosto 28, 2005

Cuando yo me muera

Como quiero que sea mi funeral cuando me toque irme. Me gustaría que nadie llorara. Que por el contrario, ese día algún chaval se divirtiera haciendo sonar las campanas de mi pueblo. Que fuera una tarde tranquila y soleada, con niños jugando en la calle y parvadas de tordos volando en el azul del cielo. Agradecería que alguien prendiera un estéro a todo volumen con música de Silvio, de Javier Solis, de la Maldita Vecindad y unos cuantos corridos norteños. Que me toquen la rola de «Nomás un Puño de Tierra», filosofía pura lo que sea de cada quien. Que me velen en campo abierto, lejos de la ciudad, al pie de algún gran árbol, y de noche hagan una enorme fogata, para ver las caras de todos los que asistan. Quisiera que esa tarde y noche en que me fuera, hubiera vino, cerveza y comida para todos mis amigos. Que brinden por mi y recuerden lo mucho que me gustaba divertirme y matar el tiempo con ellos. En especial, agradecerles a mi padre y a mi madre por el tiempo que me soportaron y me dieron todo lo que pudieron. Me la pasé chido con ustedes viejos!!. No estaría mal que alguien me leyera algún fragmento de la novela de Pedro Páramo para disfrutarlo por última vez. Ver reunida a la gran familia (toda la gente que llevo en mi alma) y desde donde esté, abrazarlos fuerte y decirles a cada uno (aunque me tarde) lo importantes y singulares que fueron para mí. Quisiera también, que mis cenizas se esparcieran al viento una tarde en que éste soplara desde la montaña que era mi consejera, y a la que visitaba secretamente cuando ocupaba paz interior. Quisiera que nadie fuese solemne, que todos aguantaran la noche tomando y platicando para no sentirme tan solo en el más allá, y ya en la mañana se despidieran cuando el sol estuviera por salir. Mientras yo también le llego a donde me estén esperando.

agosto 21, 2005

MIEDO

Cada que veía a la gente en bola sentía nauseas y ganas de vomitar. No sólo era desagrado, en realidad me invadía una especie de inseguridad. Sabía que los seres humanos juntos no piensan igual, que se emponzoñan más, eso lo había aprendido en los libros. Siempre admiré a una chava que como para hacer la cosa más emocionante, gustaba de ir a la Iglesia de falda corta y blusas escotadas. Luego, no conforme con el rechazo sobre todo de las de su mismo sexo, le dio por pintarse el pelo en un rojo fosforescente y tatuarse partes del cuerpo. Eran tatuajes temporales, pero nadie lo sabía, la serpiente enroscada en su brazo era mucho más que una figura, era el mismísimo demonio. La chica lo hacía por divertirse y “cucar” a la gente, y sí que lo conseguía. En voz baja las señoras decían a sus hijas pequeñas que cuando una mujer andaba así, era porque ya no se tenía ni el más mínimo respeto, por eso no era digna de entrar a la casa de Dios. Con el tiempo, prácticamente se quedó sin amigas. Yo por mi parte, siempre traté de ser lo más parecido posible a los demás. Mimetizarme, confundirme, perderme entre ellos. Me miraba al espejo y trataba de que nada de mi llamara la atención, no ser singular, ser uno más. Pero ese día, luego de la calma y quietud de una mañana soleada, que gustaba esperar gozoso en mi soledad, sentí de golpe el apiñamiento de gente a la entrada de la Iglesia. ¿Por qué tenían que estar en la salida de mi casa?, o más precisamente ¿por qué estaba yo viviendo casi a la entrada de la Iglesia? Sentía sus miradas burlonas, sus risitas a mi espalda, les desagradaba mi modo de ser, de vestirme, de decir las cosas. Hasta hubo quien me espetara por mi forma de hablar siempre vacilante. Para darme valor, recordé lo que había leído sobre lo irracional de las creencias y traté de sentir lástima por la gente que había acudido a misa. Mi abuela me regañó. -Soy nihilista, dije tímidamente. Ella creyó que le estaba tomando el pelo, pero ese día supe que lo que siempre me había movido e inmovilizado en la vida era el miedo y nada más.

agosto 04, 2005

Metamorfosis?

Esto que les cuento ocurrió a principios de los noventa del siglo pasado. Como muchos que por gusto o necesidad tienen que salir fuera a estudiar y duran meses sin ver a sus familias, a mi me pasó lo mismo. De cualquier modo, conservaba amigos aquí en el lugar que me vio nacer. Llamábase X, por su pelo ensortijado le decíamos sus más allegados “El Chino”, era un tipo alto, algo desgarbado de aspecto, agradable de trato, despreocupado y amante de la lectura como él mismo calificaba al gusto por los relatos escritos de todo tipo, desde revistas de bolsillo hasta novelas de esas que nos recetan cuando pasamos por la secundaria. Para esa época, él estudiaba en la preparatoria del municipio. En alguna de mis muchas vueltas de la ciudad de México para ver a mi familia, visité a mi amigo del alma. Como siempre, jugábamos un rato cartas o ajedrez, luego seguía la desvelada, el alcohol y las pláticas erráticas en cualquier antro. Él tenía una pena, su preparatoria no contaba con instalaciones, ni presupuesto, además de pocos maestros, lo cual se veía aun más apocado en vista de lo que yo le contaba sobre México y el lugar donde me encontraba. Se nos ocurrió hacer unas pintas en demanda de la construcción de instalaciones para la preparatoria recién fundada. El asunto era fácil. Una camioneta en la madrugada, algo de chapopote para usarlo como pintura, brochas, etc. Algunos compas de la Normal, expertos en esas lides, gustosos se ofrecieron a acompañarnos en nuestro cometido. Todo salió bien. A la mañana siguiente el pueblo estaba lleno de leyendas en sus paredes donde se exigía respeto al Artículo 3ro. Constitucional, la construcción de la preparatoria, apoyo financiero a la educación, etc., además de algunas pintas contra la política neoliberal. No faltó tampoco un “Muera Salinas”, que, sorprendidos, muchos reporteros fotografiaron desde diferentes ángulos, para hacer una relación detallada de lo ocurrido en un lugar donde casi nunca ocurría nada. A mediodía, nosotros despreocupados, sentados en una banca del pueblo platicábamos, cuando de repente nos detuvieron. El Chino mostró entereza. Nunca se arrepintió de las pintas, de hecho él quería cargar con toda la culpa, dado que originalmente a él solo lo inculpaban. Luego de retenernos unas horas y después de algo de “negociaciones” con maestros de la preparatoria, y con algunos grupos de estudiantes de la Normal, nos dejaron ir. El tiempo pasó. Yo en vez de “progresar” me volví peor. Una noche, parecida a aquella que acabo de narrar, pero 10 años después, fui de nuevo detenido. En esa ocasión por acompañar a conocidos en sus fandangos de fin de semana. Quien dio la orden fue precisamente El Chino, mi amigo de tanto tiempo atrás que ahora era comandante de la judicial. No dijo nada, tímidamente nos saludamos pero no se disculpó por el arresto. Seguía siendo el mismo, sólo que ahora estaba del lado contrario al mío.